La mire no sé qué tantas veces, en ocasiones sola y también acompañada de un joven que evidentemente sufría retraso físico y mental, él se apoyaba en una pierna soltando la otra y uno de sus brazos estaba doblado y parecía que daba vuelo para poder empujarse. Siempre traía el cabello rapo y ambos vestían el hábito de San Francisco, parecían andar todo el tiempo enfadados o enojados.
Sus rostros no eran amigables. Ella cubría siempre su cabeza con un velo negro y él traía algo en su mano, para vender, generalmente llegaba a las iglesias y vendían el periódico El Católico. El gesto de ambos era duro, aparentemente la gente guardaba distancia al verlos.
¿Quién era esa mujer y ese joven? Cuentan por ahí que ella era la dueña de un gran prostíbulo en la ciudad, y que hizo mucho dinero aprovechándose de la necesidad de cada mujer y de cada hombre que llegaba a su negocio. Verdad o mentira, quién sabe.
Al parecer su arrepentimiento la llevó a decir adiós a todo aquello que había vivido, repartió sus joyas y riquezas. Dejó sólo una humilde casa que sería su hogar por el resto de sus días y adoptó al chico, prometió velar por él por muy dolorosa que fuera esa cruz.
Fue así como comenzó su peregrinar por las calles de Hermosillo.