/ viernes 31 de enero de 2020

HMO Cuéntame tu historia | Nostalgia de una infancia feliz 

Mis hermanos, hermanas y yo no tuvimos los juguetes ni dulces comunes, ni siquiera teníamos otros amigos, mis hermanos y yo creamos nuestro propio universo y fuimos muy felices

Mi mamá me parió sola, sin ayuda, en el rancho, igual que a otros cuatro de mis siete hermanos.

Crecimos sin luz eléctrica y sin muchas de las cosas que la mayoría de los niños tienen; a cambio teníamos toda la naturaleza para nosotros.

Mis hermanos, hermanas y yo no tuvimos los juguetes ni dulces comunes, ni siquiera teníamos otros amigos, mis hermanos y yo creamos nuestro propio universo y fuimos muy felices.

Creamos nuestros juguetes de los huesos y de las piedras, los ancones del arroyo se volvían las más formidables carreteras para nuestros carros de piedra o de palos de pitaya, los postres o dulces eran los diferentes frutos silvestres, pitahayas, uvalamas, chúcatas de mezquite en tiempo de sequía, los garambullos, también los pequeñísimos frutos rojos que dan los cactus pequeños y muchas, muchas cosas más.

Cortesía | Óscar Ortiz Arvayo

Algo que es imborrable en mi mente son nuestros “ranchos” creados con decenas de huesos blancos de vacas o caballos.

Debajo de unos matorrales cercanos a nuestra casa junto a los corrales del ganado, mis hermanos y yo pasábamos muchas horas jugando con nuestro “ganado”; cada hueso representaba un tipo de vaca, becerro, toro o caballo, construimos amplios “ranchos” con madera de pitahaya y cada uno de nosotros tenía su propiedad, jugábamos a ser vaqueros o simulábamos arar la tierra y sembrar.

Teníamos un venado como mascota, “Rolando”, era como uno más de nuestros hermanos.

Hace poco estuve en el lugar de primera niñez y recorrí muchos kilómetros a pie como una búsqueda inconsciente en retrospectiva, comí de los mismos frutos, encontré osamentas de vaca, mi mente regresó muchos años atrás y recordé cuan feliz nos hubiera hecho a mí y a mis hermanos encontrar ese tesoro de juguetes.

También hace unos meses, en julio para ser precisos, estuve allá, junto con Jorge Adrián mi sobrino hicimos una larga caminata matutina; después de unos días muy lluviosos, las matas de garambullos estaban llenas de esos pequeños frutos anaranjados que tienen forma de diminutas manzanas, recogimos muchos y en un vaso de esos grandes le trajimos a mi amá que había ido con nosotros y estaba en el rancho.

No sé qué sea, pero hay veces que nuestro interior suspira profundamente, nuestra mente vuela y recuerda, es algo que no se puede explicar, sólo se siente.

Mi mamá me parió sola, sin ayuda, en el rancho, igual que a otros cuatro de mis siete hermanos.

Crecimos sin luz eléctrica y sin muchas de las cosas que la mayoría de los niños tienen; a cambio teníamos toda la naturaleza para nosotros.

Mis hermanos, hermanas y yo no tuvimos los juguetes ni dulces comunes, ni siquiera teníamos otros amigos, mis hermanos y yo creamos nuestro propio universo y fuimos muy felices.

Creamos nuestros juguetes de los huesos y de las piedras, los ancones del arroyo se volvían las más formidables carreteras para nuestros carros de piedra o de palos de pitaya, los postres o dulces eran los diferentes frutos silvestres, pitahayas, uvalamas, chúcatas de mezquite en tiempo de sequía, los garambullos, también los pequeñísimos frutos rojos que dan los cactus pequeños y muchas, muchas cosas más.

Cortesía | Óscar Ortiz Arvayo

Algo que es imborrable en mi mente son nuestros “ranchos” creados con decenas de huesos blancos de vacas o caballos.

Debajo de unos matorrales cercanos a nuestra casa junto a los corrales del ganado, mis hermanos y yo pasábamos muchas horas jugando con nuestro “ganado”; cada hueso representaba un tipo de vaca, becerro, toro o caballo, construimos amplios “ranchos” con madera de pitahaya y cada uno de nosotros tenía su propiedad, jugábamos a ser vaqueros o simulábamos arar la tierra y sembrar.

Teníamos un venado como mascota, “Rolando”, era como uno más de nuestros hermanos.

Hace poco estuve en el lugar de primera niñez y recorrí muchos kilómetros a pie como una búsqueda inconsciente en retrospectiva, comí de los mismos frutos, encontré osamentas de vaca, mi mente regresó muchos años atrás y recordé cuan feliz nos hubiera hecho a mí y a mis hermanos encontrar ese tesoro de juguetes.

También hace unos meses, en julio para ser precisos, estuve allá, junto con Jorge Adrián mi sobrino hicimos una larga caminata matutina; después de unos días muy lluviosos, las matas de garambullos estaban llenas de esos pequeños frutos anaranjados que tienen forma de diminutas manzanas, recogimos muchos y en un vaso de esos grandes le trajimos a mi amá que había ido con nosotros y estaba en el rancho.

No sé qué sea, pero hay veces que nuestro interior suspira profundamente, nuestra mente vuela y recuerda, es algo que no se puede explicar, sólo se siente.

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