Las comunidades indígenas que se localizan en los alrededores de los campos agrícolas del Río Yaqui arrastran un problema histórico de falta de servicios como agua potable, hoy en día a dicha problemática se le añade la contaminación de los pozos de donde se obtiene el agua.
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La cuenca del Río Yaqui ocupa el 30% del territorio sonorense y su principal problemática es la contaminación por metales, además de la producción y aplicación indiscriminada de fertilizantes y pesticidas, ya que sus desechos van sin tratamiento al dren agrícola.
De acuerdo al estudio ‘Estimación y dispersión de contaminantes en el Río Yaqui (Sonora, México); evaluación y riesgos ambientales’, liderado por la doctora Sofía Garrido Hoyos, del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), en algunas comunidades indígenas se han encontrado altos niveles de arsénico y otros metales en el agua, mismos que son dañinos para la salud.
“En los pozos se encontró una alta salinidad, debido a las altas concentraciones de cloruros, sulfatos, nitratos y fosfatos en el suelo; eso es debido a los fertilizantes que utilizan para los cultivos, principalmente. Un plaguicida que se estudió fue el glifosato”, explicó la doctora Garrido en exclusiva para El Sol de Hermosillo.
El estudio detalla que, de acuerdo con la clasificación de Regiones Hidrológicas Prioritarias (RHP) de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), la región Río Yaqui-Cascada Basaseáchic (Sonora y Chihuahua) se encuentra dentro de la categoría RHP “Amenazada” con varios aspectos preocupantes, destacando entre ellos la contaminación por abuso de agroquímicos, desechos mineros y descargas domésticas residuales, misma que ha provocado riesgos asociados a la salud en habitantes de la región.
“Hoy en día, la intensidad de las actividades humanas y el efecto acumulativo de los contaminantes en los ríos y cuerpos de agua han tomado tales proporciones que ponen en riesgo la salud de los ecosistemas, la salud humana y las actividades productivas en áreas terrestres y marinas muy extensas”, expone el estudio.
Asimismo, se mencionan al menos 23 investigaciones realizadas desde 1990 a la fecha en el Valle del Yaqui en donde se ha demostrado presencia de contaminantes en el agua y el suelo que afectan directamente a la población indígena.
Pequeñas bombas de tiempo
El doctor Martín Jara, investigador del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) y quien también participa en el estudio, explicó que el acceso a agua de calidad en las comunidades yaquis es muy limitado. Uno de los pozos que se muestrearon fue el de Pótam donde, dijo, encontraron que el agua contiene arsénico en altas concentraciones.
“Los resultados del muestreo arrojaron que el agua contiene arsénico en un nivel de .063, cuando la norma mexicana establece que debe ser .025; sin embargo, la norma internacional que establece la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos y otros países es de .01, lo que indica que esta agua contiene seis veces más que lo establecido por dicha norma”.
Informó que además del arsénico, en varias muestras se detectó plomo y otros contaminantes que pudieran ser derivados principalmente de fertilizantes y plaguicidas, los cuales pueden repercutir gravemente en la salud de las personas.
“Los plaguicidas y muchos metales están asociados a diferentes tipos de cáncer, por ejemplo, el cromo, el níquel, el arsénico pueden provocar cáncer pulmonar; algunos plaguicidas están asociados al cáncer de médula, de riñón, de pulmón, de hígado. También el arsénico está asociado a fallas renales y neurotoxicidad, lo mismo que el cromo, el cadmio y el plomo”.
Un artículo reciente reveló que, en cuanto al padrón de uso de plaguicidas en el Valle del Yaqui, se tiene un uso anual de 270 toneladas de ingredientes activos de fungicidas, insecticidas, herbicidas, entre otros.
El investigador hizo hincapié en que, si bien es cierto hay personas que pueden estar expuestas a dichos metales y no presentar ninguna afectación, hay muchas más que sí pueden tener repercusiones, sin embargo, la afectación no es inmediata sino a largo plazo.
“El cáncer puede tardar mucho tiempo en desarrollarse, luego de años de que el individuo se haya expuesto a dichos contaminantes”.
La población estimada en la zona de estudio es de cuatro mil 638 habitantes, asentados en las localidades Colonia Allende, Colonia Sonora, El Bosque, Altos de Jecopaco y Quetchehueca; siendo esta última localidad en la cual se ha detectado presencia de contaminantes en diferentes matrices ambientales.
Un impacto al ecosistema
El estudio también está enfocado a las afectaciones que ha tenido la laguna del Tóbari, misma que hoy en día presenta problemas de contaminación, principalmente azolvamiento debido a la descarga de drenes agrícolas que aportan además de sólidos, aguas contaminadas por plaguicidas, fertilizantes y metales, así como de las descargas acuícolas de las granjas camaroneras.
“Lo que hicimos fue hacer el estudio integral de las descargas que llegan de drenaje de los cultivos del Distrito de Riego 041 a la laguna del Tóbari. Se realizó un muestreo para establecer los parámetros físicos y químicos de la calidad del agua, y se determinó la calidad del agua de la laguna, metales en sedimentos y también se hicieron estudios de metales en algunos de los organismos que están presentes en el lugar”, abundó la doctora Garrido.
Entre los principales resultados, compartió, se tiene que los drenes agrícolas transportan una gran cantidad de sedimentos sólidos y compuestos como nitrógeno y fósforo, además de metales que están presentes en los plaguicidas y que van afectando en la descarga a la laguna.
“GS Ingeniería Integral (2008), señaló que la Bahía del Tóbari se ha convertido en el cuerpo receptor de las aguas residuales de diversas actividades ajenas a la pesca que se desarrollan en o alrededor de la bahía, principalmente actividades turísticas, acuícolas, agrícolas y porcícolas. Los efectos acumulados de dichas actividades significan una agresión importante al modelo de circulación hidrodinámica de este cuerpo de agua”, se expone en el estudio.
Asimismo, al analizar algunos organismos del lugar como el pez Mugil cephalus (lisa), almeja china y pata de mula (Chione gnidia, Anadara tuberculosa respectivamente), se encontró que el sedimento contaminado puede causar letalidad inmediata (mortandad) (toxicidad aguda) y efectos nocivos a largo plazo (toxicidad crónica) para los mismos. Sumado a ello, los estudios de campo han revelado otros efectos, tales como tumores y otras lesiones, en peces que se alimentan de otros organismos.
“En los sedimentos de la laguna Tóbari de los 7 metales considerados como prioritarios y bioacumulables, los que presentaron concentraciones mayores a las Guías de Calidad en Sedimentos (SQL) de la EPA, fueron el cadmio y el mercurio; los restantes metales, las concentraciones estuvieron por debajo de la Guía. En los organismos se detectaron concentraciones de metales, que especifica la norma NOM-242-SSA1-2009, de los cuales el cadmio en el pescado lisa Mugil cephalus, se detectó en concentraciones por arriba de 0.5 mg/kg; así como de plomo; y para los moluscos el plomo también se presentó en concentraciones mayores a 1.0 mg/kg, siendo un potencial riesgo a la salud de los consumidores del producto, ya que no cumplen el límite máximo”, resumió en el estudio.
Un lugar que se debe preservar
Tanto la doctora Garrido como el doctor Jara, coincidieron que un dato importante del estudio es el hecho de que la laguna del Tóbari está catalogada como sitio Ramsar de anidación de aves, lo que significa que es un humedal designado de importancia internacional bajo la convención de Ramsar.
En ese sentido, se deben establecer protocolos que protejan el lugar y que eviten su deterioro, en este caso por contaminación de metales y sedimentos transportados por el drenaje agrícola. Y es que, desde el comienzo de la industrialización y la urbanización descontrolada en muchas cuencas, los ríos cuentan con problemas de calidad en agua y sedimentos.
Entre las recomendaciones que la doctora hace está el reforestar el lugar con manglares, ya que éstos podrían tomar el nitrógeno y el fósforo presentes en el agua y serían una retención de los sedimentos sólidos, funcionando así como una zona de amortiguación entre los drenajes agrícolas y la laguna.
“También sería tener un acercamiento con los agricultores para ver cómo se pueden mejorar las prácticas de riego y de cultivo para que el agua no sea tan salina porque las prácticas de riego que utilizan son de hace ya muchas décadas”.
Por su parte, el doctor Martín Jara expresó que lo más ideal sería que se crearan lagunas de oxidación hacia donde se redireccionaran los drenes y de esta forma se sedimentara todo en un lugar que ya no sería la laguna del Tóbari. Sin embargo, dicha acción requeriría de una inversión muy elevada, dijo, por lo que es poco probable que se realice, al menos en un futuro cercano.
"Otra opción es reutilizar esa agua. Hay estudios de varios colegas que han propuesto reutilizar el agua para otros cultivos”, comentó.