Por Ulises Gutiérrez
El viaje lo iniciamos por la mañana del miércoles, desde laciudad de Hermosillo. El objetivo: Llegar a las ruinas virreinalesdel templo de San Francisco Javier de Batuc, que por unos pocosdías sale a “la luz”, pues pasa la mayor parte del tiempo bajoel agua, a veces por años.
La aventura fue larga y extenuante, pues para poder llegar en laépoca precisa, tuvimos que viajar en pleno verano, con unatemperatura cercana a los 50 grados durante la mayor parte deltrayecto.
Para quien nunca he enfrentado una temperatura de 50 grados,sería imposible narrarle lo que es, muchos simplemente mueren degolpe de calor, pero el vivir en el desierto te crea ciertaresistencia, pero aun así no te debes confiar, debes consumirlitros y litros de agua, suero, y usar sombrero y bloqueador solar,además de constantemente estar encontrando sombras pararecuperarte.
El trayecto, más allá del calor, fue agradable. Hasta quepasando el pueblo Mazatán, en la zona central de Sonora, una vacabrincó sobre la rúa justo en el momento en que pasábamos ennuestro jeep, tuve que esquivarla con el movimiento de volante másveloz que pude hacer; ya hace unos años había vivido algo similaren la carretera de Hermosillo a Guaymas, en donde el rostro delanimal quedó a centímetros de la ventana del copiloto, sin dudanuestros ángeles de la guarda estaban con nosotros en estaaventura.
Llegamos a San Pedro de la Cueva, el pueblo desde dóndepensábamos tomar una lancha hasta el “islote” que se forma entemporada de sequía en la presa "El Novillo", con los restos delpueblo de Batuc, pero nos dijeron en el muelle que no habíaninguna disponible.
Nos comentaron ahí que nos convenía irnos por terraceríahasta el nuevo Batuc, y desde ahí caminar hacia el antiguo Batuc,el que quedó bajo el agua de la presa El Novillo en el año1964.
Nos dijeron “el camino está bueno”…. La verdad es quepara mi gusto estaba malísimo, pero bueno, cada quien miderespecto a los parámetros que tiene en su experiencia demovilidad, y para ellos es muy común andar entre cañadas y rúasllenas de hoyos, en la terracería.
Tardamos cerca de una hora desde el muelle de San Pedro hasta elBatuc nuevo, estacionamos el carro y caminamos algunos kilómetrosrumbo a las ruinas que se veían desde mucho antes.
Mientras caminábamos en la arena desértica, no podía evitarpensar que eso era muy similar a estar en el Desierto de Atacama,en Perú, o en las llanuras del Tíbet; por la que caminábamos erauna gran llanura, el fino café de la tierra por todos lados, ygrandes montañas de fondo.
Luego de algunos minutos llegamos primero al viejo panteón deBatuc, en donde aún están algunas lápidas y cuerpos, y luegotras caminar algunos minutos más, a las ruinas del templo.
No son unas ruinas cualesquiera, se trata del único templo decantera construido en aquella época de la conquista religiosavirreinal, en el territorio de Sonora.
Al estar ahí, uno siente como si se encontrara en las ruinas dealgún antiguo castillo medieval.
El nombre de Alejandro Rapicani, nacido en 1702 en Bremen,Alemania, va muy ligado a este templo.
El religioso alemán con orígenes sueco-italianos, fue el padrejesuita que inició la construcción del que fue un templomonumental, que fue todo un suceso para su época ylocalización.
Rapicani formó parte de la Compañía de Jesús, y a diferenciade lo que ocurría en las iglesias que eran construidas de adobepor aquella época en Sonora, él hizo que canteros venidos del surdel país trabajaran en la edificación de esa obra de arte.
Las ruinas, aún hoy, nos demuestran que la cantera fuefinamente trabajada.
Cuando se construyó la presa "El Novillo" a finales de losaños 50´s e inicios de los 60´s, del siglo pasado, elfrontispicio del templo fue trasladado a Hermosillo, en donde hastahoy se encuentra en la Plaza de los Tres Pueblos, en Villa deSeris.
Otra pequeña parte del conjunto de piedra, fue llevado aCaborca, en donde fue colocada frente al templo del PuebloViejo.
Algunos moradores del Batuc viejo, se fueron al también llamadoBatuc Nuevo, entre Ures y Hermosillo, con tan mala suerte que ahíse construyó otra presa, “El Molinito”, y de nueva cuenta, porsegunda vez en su vida, los habitantes tuvieron que abandonar supueblo para dar paso al progreso, que representaban las obrashidráulicas para la sociedad.
Da la impresión que éste que fue uno de los másextraordinarios templos del noroeste de México, hoy en día seniega a morir, el resto de las casas y construcciones de Suaqui,Tepupa y Batuc, han sucumbido al paso de los años y la crecida delembalse en la presa, pero el templo de San Francisco Javier deBatuc, no.
Subimos por lo que era una antigua escalera de piedra, yescalamos en algunas rocas, para llegar a la parte más alta de losrestos que quedan de la iglesia.
Desde ahí, la vista de la zona, era espectacular, y no puedeuno más que sentirse conmovido e imaginar el trazado de las callesaledañas, de las cientos de construcciones que había en esa zona,de las que hoy no queda nada.
Hacer este viaje, fue extraordinario, platicamos con mucha genteen los pueblos de camino, reímos, nos agotamos, conocimos más, ypor un momento, sentimos que viajamos al pasado, al tiempo de losCastillo.