Ella era de tez morena, cabello rizado y muy alegre; él siempre fue callado, de piel blanca y cabello oscuro...tan diferentes. No sólo físicamente, sino en experiencias, tradiciones y la manera de ver la vida.
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Cuando ambos tenían 20 años de edad, el destino decidió que era el momento preciso para juntarlos en un restaurante. Ella entró a trabajar de mesera, él ya estaba laborando en el establecimiento.
Él no era de Hermosillo, su familia radicaba en Ciudad Juárez, lugar que había dejado desde hace dos años en busca de una mejor vida. Ella le mostró las maravillas de la Ciudad del Sol y entonces se deslumbró del atardecer, del desierto, del mar y por supuesto, de ella.
La relación era normal, compartían sus emociones, sus ilusiones y anhelaban una vida juntos, hasta que por cuestiones familiares él tuvo que regresar a Chihuahua. Su madre lo esperaba porque el negocio familiar había empezado a dar malos resultados y tenía que ayudar.
Acordaron continuar con su relación a distancia, viajaban para encontrarse; a él le encantaba regresar a Hermosillo, ella no disfrutaba tanto sus trayectos hasta Juárez.
Después de un tiempo ella decidió poner fin a su relación, le era complicado viajar tanto, pues estaba en la universidad, trabajaba y aparte llevaba una vida independiente. Al conocer la noticia, él no aceptó concluir la relación, por lo que después de algunos días le habló por teléfono para darle una sorpresa: ¡se regresaba a vivir a Hermosillo!
Ella era muy feliz de volver a tenerlo todos los días a su lado, él nunca aceptó estar lejos de ella. A su regreso se fueron a vivir juntos, rentaron un departamento y como una pareja joven, compartían gastos; ambos trabajaban y ella continuaba con sus estudios.
Un día él le confesó que en Ciudad Juárez había dejado algunas deudas pendientes, por lo que le pidió su apoyo para sacar un préstamo, con el cual saldaría sus problemas. Sacaron el crédito y la garantía que dejaron fue el carro de ella, ya que en ese momento él no contaba con algún bien, requisito esencial para el proceso.
Todo continuaba normal, ya formaban una rutina como pareja: disfrutaban de los pequeños detalles, hacían algunas cosas locas para divertirse, pagaban sus deudas, compraban cosas para adornar su departamento, pero también tenían problemas como una pareja cualquiera.
En uno de sus pleitos, algo que no pasaba con normalidad, pero sí cada vez que él le reprochaba que había dejado su vida en Ciudad Juárez, ella salió del departamento para no hacer más grande el problema y dejar que todo se calmara para arreglar las cosas.
Al volver, encontró las llaves en la cama, los focos apagados y un par de camisetas fuera del clóset, eso sí, faltaba una de sus maletas. Ella le marcó, pero él no atendió su llamada.
Lo buscó con sus amigos más cercanos, pero no estaba y tampoco tenían idea de dónde podría estar. Al día siguiente le marcó a su familia, pero tampoco sabía nada de él.
Ella temía que algo le hubiera pasado. Lo buscó en todas partes, llamó nuevamente a casa de los padres de él y contestó la madre, le dijo que no sabía dónde estaba... pero, al fondo se escuchó una voz conocida. Era él. Había regresado con sus papás, mismos que estaban negando saber su paradero.
Tras insistentes llamadas, logró que tomara el teléfono. Sus argumentos nunca fueron claros, sólo balbuceaba, pedía perdón y se escondía bajo palabras inmaduras; nunca manifestó falta de amor, pero ella sabía que a alguien que se le ama no se le deja sin ninguna explicación y con una deuda de 30 mil pesos.
Él no regresó y nunca le pagó. Con tres trabajos al mismo ella tiempo pudo solventar ese gran problema, pero él nunca más contestó el teléfono... y ella dejó de insistir.
Ahora ella es feliz. Aprendió que el corazón no se le entrega a cualquiera, que nunca le debes prestar dinero, ni creer a un Luis y menos si te dice "Te Amo".