Acapulco, Guerrero.- La realidad es que una parte del huracán Otis se metió a mi cuarto, reventó ventanas y hubo una ligera inundación, esta situación se repitió en cientos de cuartos.
Una torre cerca del Princess se dobló, perdió una pared y la mitad de las habitaciones.
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Las alertas para enfrentar al huracán Otis estaban cantadas desde la mañana, se esperaba en el puerto de Acapulco un fenómeno meteorológico moderado, tal vez de grado 2 o 3.
Los vuelos al puerto fluyeron de manera normal durante el día, los autobuses hicieron sus corridas normales, los autos que cruzaron Chilpancingo antes de las 17:00 horas llegaron bien, con una ligera lluvia, un poco de viento, nada raro para un día de octubre.
Desde el aire el mar se veía picado, peligroso, vacío y el río Papagayo ligeramente desbordado, se veía raro, nada más.
En la carretera, nos cuentan, los autos se encontraron varios convoyes de la CFE, uno de ellos como de 30 PickUp que se movían a velocidad hacia Chilpancingo. En los medios se empezó a dar a conocer el pronóstico del presidente, Otis tocaría tierra cerca de las 4 de la mañana.
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El aeropuerto cerró sus vuelos a las 18:00 horas, los taxis se fueron a sus casas y los turistas empezaron a moverse por sus propios medios. Las camionetas del aeropuerto no se daban abasto y todo mundo busca refugio en su hotel.
Las tiendas cerraron sus puertas a las 20 horas, ya se estaba dimensionando el verdadero tamaño de Otis, sería categoría 4 o hasta 5, con vientos de entre 250 y 300 kilómetros por hora, en las tiendas y restaurantes te avisaban que el fenómeno entraba a la bahía, que venía fuerte y pues era hora de moverse.
A partir de las 9 horas, Acapulco entró en pausa. Las calles se vaciaron y los trabajadores que alcanzaron a llegar a sus casas buscaron refugio, muchos tuvieron que caminar bajo la lluvia.
En los hoteles los turistas se movieron a las zonas más concurridas, bares y restaurantes recibieron a grandes grupos de visitantes. Otis coincide con un evento internacional de minería, 10 mil visitantes presentes en los hoteles de playa y se movieron del centro de convenciones a los hoteles.
Entre las 22 y 23 horas la velocidad del viento ya era de 100 kms por hora, las palmeras resistían, los extranjeros miraban extrañados, no les cabía en la cabeza lo que estaba pasando.
El huracán pegó con furia cerca de la media noche, pero desde las 23 horas ya era imposible moverse al aire libre, las habitaciones sufrieron el embate del viento a 300 kilómetros por hora, las palmeras se doblaban a 45 grados, la lluvia era horizontal, los cambios en la presión atmosférica eran enormes, los edificios vibraban.
Los espejos y vidrios de los pasillos se reventaron, muchas ventanas salieron volando, los cortes de energía que fueron esporádicos entre las 20 y las 22 horas se volvieron permanentes. Algunas de las habitaciones se vaciaron con gente que de plano buscó refugio, muchos visitantes se movieron a sótanos, a refugios improvisados, pero la peor suerte fue de un grupo de asistentes que quedaron atrapadas en el autobús a las 23 horas y no pudo salir hasta la madrugada.
El Internet desapareció antes de las 3:00 horas de este miércoles. Y van 20 horas sin luz en la costa.
Nos dicen que la carretera tiene deslaves y que no se puede pasar más allá de Chilpancingo.
La zona hotelera es un paisaje apocalíptico, la destrucción de los hoteles es enorme. Los daños incalculables, los autos que llegaron desde la CDMX o del norte del país están severamente dañados.
La convención minera se acabó. No hay más. Los canadienses y europeos que vinieron deambulan sorprendidos por lo que pasó, los despojos se encuentran por todos lados, hay un auto en el lobby de un hotel, las villas están destrozadas y ni siquiera hay la oportunidad de escapar por carretera. No se puede pasar más allá de Chilpancingo, algunas camionetas intentaron irse y la Guardia Nacional los regresó.
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Solo queda esperar que regrese la energía y vuelvan a funcionar las torres de telecomunicaciones. Hasta la tarde de este miércoles no se sabe si habrá alguna solución para los turistas en su papel de damnificados.