/ martes 13 de marzo de 2018

Visita a Don Goyo y olvídate del miedo a morir

Si uno hace amistad con su bosque, con sus rocas, ceniza, con la tranquilidad, aire puro y con la paz interior, el coloso te acepta

PUEBLA, Pue.- No cualquiera puede visitar a Don Goyo. Es selectivo como anfitrión. Uno tiene que prepararse físicamente para caminar sus veredas y sortear la altura.

Cuando uno va por primera vez, el gigante pone trabas, como sentir baja presión, perderse, pensar: "no puedo".

Si uno hace amistad con su bosque, con sus rocas petrificadas, con la ceniza, con la tranquilidad, con el aire puro y con la paz interior, el coloso te acepta y te da regalos, como conocer a gente que no le teme, a personas como don Francisco, un alpinista que lleva nueve años acudiendo a ver al volcán en su cumpleaños.

El regalo para el coloso es ayudar a quienes, por voluntad o casualidad, suben a apreciar las ofrendas y los festejos que organizan los habitantes del mundo para él. Y es que aunque los pobladores de Xalitzintla son quienes más acuden al volcán, en su día también recibe visitas de otros estados, como Ciudad de México y Nuevo León, e incluso, de italianos y estadounidenses.

Francisco, su hermano y su amigo veneran la tradición del cumpleaños de Don Goyo. Comen mole y arroz que ofrecen los mayordomos, y siguen los rituales que el tiempero, Antonio, hace cada año.

Como ellos, cerca de 250 personas, coincidieron ayer en "el ombligo" del volcán, que se encuentra a 4 mil 200 metros sobre el nivel del mar. Se prepararon desde las 5 o 6 de la mañana para caminar por dos o hasta más de cinco horas (dependiendo del ritmo se cada participante) e ir a rendir culto: agradecer un año de ser el pilar natural que genera equilibrio en el ecosistema y 365 días en los que el Popo ha dado la venia para las actividades cotidianas, pues no ha hecho erupción.

VIAJAN DESDE DISTINTAS LATITUDES

Fanny es otro de los ejemplos de lo que significa ver al coloso. A sus 12 años, fue la primera vez en subir. Sus padres son originarios de Xalitzintla, aunque desde hace algunos años viven en Estado de México, pero viajaron expresamente para perpetuar la tradición.

Su acción para honrar a la naturaleza, fue ayudar a quien esto escribe. Compartir unos limones para evitar el mareo, esperar cuando faltaba el aliento y compartir el momento tanto con desconocidos, como con su familia, es su manera de decir: ¡felicidades, Don Goyo!.

Decenas de familias escalaron la cuesta, arrastraron los pies por la ceniza acumulada, cargaron comida, madrugaron, rezaron y entregaron su fe tanto al elemento natural, como a sus deidades católicas. Pidieron por la abundancia, la familia, la fe, la salud y el amor.

Un joven procedente de Italia, hizo la expedición con la comunidad. En su casi perfecto español, dijo: “Es simplemente maravilloso. No puedo creer que en algún lugar del mundo exista esta tradición”.

TODOS LLEVAN OFRENDA

Pese a contar con un aguardiente para el frío, la fiesta es totalmente pacífica y familiar. Se sabe que cada 12 de marzo es inhábil para algunos lugareños de las faldas del Popocatépetl, pues acuden a perder el miedo a la muerte, a encontrar esperanza, a hacer migas, a ver las "semillas", que son rocas formadas por la actividad habitual del coloso.

Cualquiera puede ser candidato a visitar el Popocatépetl, pero tiene que dejar un regalo, que puede ser en especie (frutas, flores, guisos, objetos, imágenes), o de forma intangible, como música, rezos y apoyar a quien uno se encuentre en el camino.

Hay quienes a falta de conocimiento de las costumbres del lugar, solo dejan como ofrenda para el volcán, un pacto de amigos, acerca de regresar algún día. Incluso, ofrendan sus deseos o sus sueños.

No se distingue entre mujeres y hombres, ni por edad, pues algunas niñas y niños escalaron, igual que personas de tercera edad.

"Ándale Angelito, camina otro poco", decía una mujer a su hijo de unos seis años, quien iba en su espalda en un rebozo rojo. Le repetía que su papá se había atrasado y que ella no podía con todo, pues llevaba una mochila con alimentos, más pan y tortillas, en bolsas separadas. Era comida para ofrecer a la comunidad.

Así, varias historias, de gente que caminaba sofocada, haciendo paradas continuas para descansar entre los pastizales, apreciando al volcán con nieve. Todos se reponían pasados varios ejercicios de respiración, ingesta de chocolate, o bebiendo agua o refresco.

PUEBLA, Pue.- No cualquiera puede visitar a Don Goyo. Es selectivo como anfitrión. Uno tiene que prepararse físicamente para caminar sus veredas y sortear la altura.

Cuando uno va por primera vez, el gigante pone trabas, como sentir baja presión, perderse, pensar: "no puedo".

Si uno hace amistad con su bosque, con sus rocas petrificadas, con la ceniza, con la tranquilidad, con el aire puro y con la paz interior, el coloso te acepta y te da regalos, como conocer a gente que no le teme, a personas como don Francisco, un alpinista que lleva nueve años acudiendo a ver al volcán en su cumpleaños.

El regalo para el coloso es ayudar a quienes, por voluntad o casualidad, suben a apreciar las ofrendas y los festejos que organizan los habitantes del mundo para él. Y es que aunque los pobladores de Xalitzintla son quienes más acuden al volcán, en su día también recibe visitas de otros estados, como Ciudad de México y Nuevo León, e incluso, de italianos y estadounidenses.

Francisco, su hermano y su amigo veneran la tradición del cumpleaños de Don Goyo. Comen mole y arroz que ofrecen los mayordomos, y siguen los rituales que el tiempero, Antonio, hace cada año.

Como ellos, cerca de 250 personas, coincidieron ayer en "el ombligo" del volcán, que se encuentra a 4 mil 200 metros sobre el nivel del mar. Se prepararon desde las 5 o 6 de la mañana para caminar por dos o hasta más de cinco horas (dependiendo del ritmo se cada participante) e ir a rendir culto: agradecer un año de ser el pilar natural que genera equilibrio en el ecosistema y 365 días en los que el Popo ha dado la venia para las actividades cotidianas, pues no ha hecho erupción.

VIAJAN DESDE DISTINTAS LATITUDES

Fanny es otro de los ejemplos de lo que significa ver al coloso. A sus 12 años, fue la primera vez en subir. Sus padres son originarios de Xalitzintla, aunque desde hace algunos años viven en Estado de México, pero viajaron expresamente para perpetuar la tradición.

Su acción para honrar a la naturaleza, fue ayudar a quien esto escribe. Compartir unos limones para evitar el mareo, esperar cuando faltaba el aliento y compartir el momento tanto con desconocidos, como con su familia, es su manera de decir: ¡felicidades, Don Goyo!.

Decenas de familias escalaron la cuesta, arrastraron los pies por la ceniza acumulada, cargaron comida, madrugaron, rezaron y entregaron su fe tanto al elemento natural, como a sus deidades católicas. Pidieron por la abundancia, la familia, la fe, la salud y el amor.

Un joven procedente de Italia, hizo la expedición con la comunidad. En su casi perfecto español, dijo: “Es simplemente maravilloso. No puedo creer que en algún lugar del mundo exista esta tradición”.

TODOS LLEVAN OFRENDA

Pese a contar con un aguardiente para el frío, la fiesta es totalmente pacífica y familiar. Se sabe que cada 12 de marzo es inhábil para algunos lugareños de las faldas del Popocatépetl, pues acuden a perder el miedo a la muerte, a encontrar esperanza, a hacer migas, a ver las "semillas", que son rocas formadas por la actividad habitual del coloso.

Cualquiera puede ser candidato a visitar el Popocatépetl, pero tiene que dejar un regalo, que puede ser en especie (frutas, flores, guisos, objetos, imágenes), o de forma intangible, como música, rezos y apoyar a quien uno se encuentre en el camino.

Hay quienes a falta de conocimiento de las costumbres del lugar, solo dejan como ofrenda para el volcán, un pacto de amigos, acerca de regresar algún día. Incluso, ofrendan sus deseos o sus sueños.

No se distingue entre mujeres y hombres, ni por edad, pues algunas niñas y niños escalaron, igual que personas de tercera edad.

"Ándale Angelito, camina otro poco", decía una mujer a su hijo de unos seis años, quien iba en su espalda en un rebozo rojo. Le repetía que su papá se había atrasado y que ella no podía con todo, pues llevaba una mochila con alimentos, más pan y tortillas, en bolsas separadas. Era comida para ofrecer a la comunidad.

Así, varias historias, de gente que caminaba sofocada, haciendo paradas continuas para descansar entre los pastizales, apreciando al volcán con nieve. Todos se reponían pasados varios ejercicios de respiración, ingesta de chocolate, o bebiendo agua o refresco.

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